Es una información que enciende inmediatamente en mi cabeza una catarata de imágenes: cientos de miles de mujeres, de ancianas y de niñas atravesando en todas las direcciones el continente, paso a paso, cimbreándose bajo pesadas cargas. Y además llevando algún niño atado a las espaldas. Para que luego digan (porque aún se sigue utilizando esa necedad) que somos el sexo débil... Y lo más grandioso es que, biológicamente, es cierto que los hombres poseen, por lo general, más vigor físico que las mujeres. Pero la verdadera fortaleza es otra cosa: está hecha de tenacidad, de aguante, de entrega, de perseverancia. Porque para llegar a China basta con dar un paso detrás de otro y no parar. Estas mujeres fuertes, humildes y asombrosas son la espina vertebral de África. Ellas son quienes sostienen el hogar, quienes cuidan de los niños y los enfermos, quienes gestionan la economía familiar. Todos los expertos en desarrollo, empezando por el gran Muhammad Yunus, el inventor de los microcréditos, flamante premio Nobel de la Paz (¿y por qué no le han dado el de Economía?), saben que las mujeres de los países pobres, y desde luego las africanas, sacan mejor partido a las ayudas económicas, que son más eficaces, más laboriosas y fiables.
Mujeres bueyes, mujeres mulas de carga, resistentes, calladas, austeras y heroicas. Muchas de ellas, millones, con el clítoris mutilado. Míralas ahí, en tu imaginación, pululando por el mapa africano, afanosas como hormigas, cada una con su carga en la cabeza. Qué infinidad de pequeños esfuerzos, cuantísimas fatigas hay que aguantar para llegar a acarrear dos tercios de las mercancías. Son la esperanza del futuro, el motor del mundo.