Si no estás conmigo, le abriré la cabeza a tu marido como si fuera un melón«, le espetó un buen día Bruno C. R. a Aurora, una funcionaria de prisiones de la que decía estar»perdidamente enamorado«. Hace 14 años, él decidió que la amaba y que sería suya»a toda costa", quisiera ella o no. Y convirtió la vida de la funcionaria y la de toda su familia en un calvario interminable. Durante todos estos años, salvo cuando estaba preso, Bruno aparecía en cualquier momento, en cualquier lugar, gritando, amenazando, insultando y exigiendo que Aurora le entregara su amor. La obsesión y el delirio le llevaron incluso a disparar a la suegra de la funcionaria, por negarse a decirle dónde vivía el objeto de sus peligrosos deseos.
Todo empezó en 1992. Bruno, que tenía entonces 23 años, estaba preso en Ávila cuando conoció a Aurora (nombre ficticio), de 28, funcionaria de esa prisión. De mujeres. El nombre que aparece en el DNI de Bruno es María O., pero siempre se ha sentido varón. No está operado, pero asegura que tiene intención de hacerlo. Habla de sí mismo como si fuera un hombre, por lo que en este reportaje se respetará esta identidad sexual asumida. Su apariencia -corpulento, pelo negro, rizado y muy corto-, sus ademanes, su voz grave y su vestimenta, son masculinas. En la prisión empezó a fijarse en una funcionaria bajita y con cara amable a la que no tardó en revelar la obsesión compulsiva que le estaba suscitando. Aurora jamás alimentó estas pretensiones pero él no aceptó la negativa.
A Bruno lo trasladaron a otra cárcel, en otra ciudad. Allí, lejos de Aurora, decidió que deseaba hacerla su mujer. En su celda fueron creciendo la obsesión y el delirio. Una patología psiquiátrica. A las funcionarias les decía que tendría relaciones sexuales con ella «a toda costa».
Cuando recuperó su libertad, en 1994, lo primero que hizo fue buscarla. Se fue a Ávila. Preguntó en la prisión y por las casas de la ciudad. Tras una intensa labor detectivesca, que duró un par de años, supo que se había casado y lo averiguó todo sobre su amada y su entorno. Se enteró de que se había mudado a Madrid, y allí se plantó. Al ver a Aurora, embarazada, con su marido, enloqueció. Se agarró a una verja, empezó a chillar y a tirar piedras, repitiendo una y otra vez que ella tenía que estar con él. Que estaba dispuesto «a esperar 90 años más» para conseguir hacerla suya, y que si su marido lo impedía, se lo «cargaba». Se marchó, pero advirtiéndoles de que no cejaría en su empeño.
Y volvió, muchas más veces. Uno de los días, cuando supuestamente iba a darle unas poesías, llevaba un machete. Intentó forzar la cerradura para entrar. La pareja llamó a la policía. Cuando llegaron los agentes, Bruno les habló de la supuesta pasión que sentía. Se lo llevaron, pero, una vez más, regresó. La obsesión lo hacía incansable. Llamó al telefonillo de la casa diciendo que tenía que mantener relaciones sexuales con ella. De nuevo, llamada a la policía. Los agentes, al llegar, no vieron a Bruno, que estaba en el portal. Él aprovechó que dejaron la puerta de la casa entreabierta para entrar como una exhalación, gritando: «Te quiero, tienes que ser mía, y si éste [su marido] se pone en medio, lo mato». Se lo llevaron a la comisaría mientras él repetía que la amaba.
El matrimonio estaba viviendo un infierno. La funcionaria empezó a necesitar tratamiento psicológico. La pesadilla era incesante; nunca sabían dónde y cuándo iba a aparecer Bruno. Se cambiaron de casa, pero él no abandonó sus propósitos a pesar de que tenía dictada una orden de alejamiento y dos condenas por faltas de amenazas. Después de pasar meses molestando y llamando a toda la familia de Aurora y a la de su marido, fue a casa de la suegra de la funcionaria y con una pistola de gas en mano, cargada con balines del calibre 4,5, le dijo que si no le daba la nueva dirección de Aurora, la mataría. Disparó 15 veces a la mujer, de 68 años, y fue condenado a seis años de prisión, por lesiones, amenazas y allanamiento de morada, en 1999. Le aplicaron una atenuante por el «trastorno paranoide erotomaníaco» que padecía. Volvió a la cárcel, y Aurora pudo relajarse durante seis años.
El trastorno mental de Bruno viene de lejos. Abandonó los estudios en sexto de EGB, con 12 años, porque se enamoró de una profesora y le causó ciertos «problemas», según relató a un forense en un procedimiento judicial, aunque no los concretó. El médico concluyó en su informe que, cuando Bruno se enamora, se cree correspondido aunque no exista ninguna razón lógica para ello. Y si lo rechazan, reacciona de forma violenta, sin aceptar en ningún caso que la otra persona no lo ama.
Bruno dedicó los seis años que estuvo interno por el episodio de la suegra de Aurora a idear estrategias para conquistarla. Parece que no todos sus planes eran pacíficos: las listas de la compra para cuando saliera de la prisión incluían «detonantes y explosivos»; «ácido sulfúrico, inflamable y corrosivo»; «puños de hierro», y «un gorro tipo pasamontañas». Y dentro de sus tareas estaba el «ir a la tienda de Madrid de armas». También decía necesitar libros sobre «afrodisíacos».
Cómo apartar al marido
En esos años se centró en idear cómo expulsar al marido de sus vidas. El plan era el siguiente: él se haría fotógrafo y conocería a una «modelo despampanante». La convencería para seducir al marido de Aurora, y ella dejaría huellas de su relación. «X puede echarle unas gotas de perfume en la ropa; hacerle un chupetón en el cuello...», escribió. Cuando ella se diera cuenta de que su pareja era infiel, él haría su entrada triunfal.
Bruno salió de la cárcel el año pasado. En una de las cartas que escribió a Aurora cuando estaba preso le decía: «Quizá hasta el 2010 no vuelva a buscarte. Quiero disfrutar de mi libertad durante unos años». Sin embargo, no tardó en llamar por teléfono a sus familiares. Pero, mientras tanto, volvió a vivir a su Málaga natal y ahora vuelve a estar preso, desde noviembre de 2005, condenado a tres años y medio por lesiones contra otra persona.
Hace unas semanas compareció como acusado en un juzgado de Alcalá de Henares, por uno de los episodios de 1997. Allí estaba también el objeto de su deseo, la ex funcionaria, el lado trágico de la historia. Está prejubilada por incapacidad total, por lo sufrido a lo largo de estos 14 años de acoso. No puede trabajar y lleva más de siete años en tratamiento psiquiátrico. Demasiado tiempo temiendo que Bruno apareciera de improviso y les agrediera, a ella, a su hijo, o a cualquier otro familiar.
El día del juicio, en el que pidió declarar sin que la pudiera ver Bruno, Aurora, de 42 años, no pudo contener el llanto al recordar las amenazas y la persecución incesantes. Bruno, sin embargo, estaba tranquilo. Ante las preguntas del fiscal afirmó, imperturbable: «Nunca les he hecho daño. Sólo sentía algo especial por ella. La quería». Las lágrimas de la funcionaria, sin embargo, reflejaban una desesperación infinita. Su marido y ella están convencidos de que les ha tocado una cruz que les va a acompañar de por vida.
Este último proceso ha acabado con una condena a seis meses de cárcel, que se sumaran a los tres años que Bruno todavía tiene pendientes. Pero el matrimonio vive aterrado pensando en el momento en el que recupere la libertad -«tres años pasan muy rápido», se lamenta el marido-, y han recurrido la sentencia. «Incomprensiblemente, sólo le han condenado por allanamiento de morada y por una falta de amenazas, no por un delito», explica su abogado. «Existe un vacío legal para casos como éste y hay que acudir a vías colaterales, como las amenazas, coacciones o lesiones físicas o psicológicas. Pero no hay ningún tipo penal que recoja un acoso brutal y prolongado como el que esta mujer ha padecido. Los jueces han visto hechos aislados; no el infierno que esta familia lleva encima desde hace 14 años».